La debacle de la comunicación política
La promoción unidireccional del producto defectuoso amplifica la crisis de credibilidad; a su vez, contribuye a la consolidación del efecto contrario, de dinámica newtoniana: el Contragolpe.
Axiomático: con perturbadora frecuencia, el discurso político insiste en aferrarse a una marcada disociación frente a la realidad. Consecuencia -dirán algunos- de subordinar táctica y estrategia retórico-comunicacional al ámbito de la Posverdad, definida por la RAE como la ‘distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones a fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales’. Puesto en un ejemplo, inflación o devaluación no deben presentarse como eventos catastróficos cuya responsabilidad le cabe a una dirigencia inepta hasta la exasperancia; antes, bien; el comunicador político pondrá el foco en ‘el crecimiento del consumo’ o en el ‘aumento de la recaudación’ -lógicamente, negando cualquier incidencia de causalidad. En metodologías propagandísticas extremas, un jefe comunal o un intendente se aferrarán al sesgo estadístico para negar los hechos (trátese del delito, de accidentes de tránsito, etcéteras). A la postre, poco interesa la Verdad; la percepción de lo que es Real puede moldearse discrecionalmente. Ergo, se trabaja sobre perception management.
En tal escenario, aspirantes a cargos electivos o en ejercicio de los mismos, utilizan fundamentalmente dos caminos para la construcción de su propaganda: 1) los vilipendiados ‘comunicadores políticos’; 2) las publinotas (dígase sin vueltas: la compra de prensa favorable) y; 3) la igualmente frecuente adquisición de encuestas ‘a pedido’ (formato numerológico de Posverdad, manipulado conforme lo exijan las circunstancias). El sucedáneo o principal lubricante en este ecosistema es, por supuesto, el dinero del público.
La crisis de credibilidad dirigencial es un fenómeno globalmente extendido. En las naciones del concierto occidental (Primer Mundo, si se quiere), el carácter inédito de la problemática inflacionaria y su correlato devaluatorio -en el epílogo, energético- han servido de poderosos impulsores del desprecio ciudadano contra gobiernos, regímenes y funcionarios. El análisis de la fractura dialéctica entre Mandantes y Mandatarios es evaluado con seriedad en naciones de la Europa occidental, emparentándosela con el riesgo geopolítico.
En el proscenio político argentino, mientras tanto, el único diferenciante es el acostumbramiento ciudadano ante la crisis. Puesto en limpio -y así lo confiesan los resultados de focus groups específicos-, la opinión pública ya no cree que inclinarse por aspirantes surgidos del Establishment traigan consigo solución alguna; más bien se piensa lo contrario. La incipiente rebeldía del votante potencial cobra forma en la predilección por referentes de lo que se ha dado en llamar antipolítica, en la abstención, y en el repunte del eslogan que reza ‘Mientras Peor, Mejor’.
Por su parte, el comunicador político estándar -llamémosle establishmentario- aporta al caldillo de incertidumbre:
-Estructurando eslóganes imperfectos que habilitan a los críticos a reconfigurarlos en perjudiciales para sus beneficiarios aparentes (La Transformación No Para, por caso, hoy hace frente a hirientes e impiadosas reconversiones).
-Promocionando fotografías e instantáneas con teams políticos multitudinarios (El ‘estamos trabajando’ es reformulado con crudeza por los críticos: ‘Son todos ñoquis’; ‘Aspirantes a manotear en el Estado’; etc.).
-Abrazándose a etiquetas contrafácticas para designar a espacios partidarios. ‘Juntos por el Cambio’ (‘¿Qué cambio? Si son lo mismo…’; ‘¿Juntos? Si viven peleándose…’); ‘Frente de Todos’ (‘Mal puede llamarse Todos, si pierden elecciones’).
Y otras muchas ejemplificaciones, igualmente ilustrativas del problema.
Análogamente y en consecuencia, los comunicadores y pretendidos expertos acentúan la fractura entre dirigentes y dirigidos, en tanto ayudan a consolidar la perniciosa percepción de ‘Casta’. Una audiencia desconcertada (pueblo, ciudadanos, votantes, consumidores del mensaje) asiste como testigo a una celebración ajena en la que sus protagonistas se regocijan por haber firmado su ingreso a un club exclusivo que los salvará -junto a parientes, amigos y conocidos- de la previsible hecatombe económica individual y grupal, ahora proyectada hacia el ciudadano de a pie, desvinculado de la política y no-sindicalizado. Peor todavía: el sentido de pertenencia se afianza a través de la radicalización de las imposturas. El nuevo miembro de La Casta entiende que, a criterio de consolidar su integración al espectro, debe emprenderla con furia contra el outsider -ni más, ni menos, el sufragante, que es quien pagará su salario. Así, se multiplican los casos en donde militantes, comunicadores y activos ad honorem de espacios partidarios agreden, insultan y despotrican contra usuarios corrientes en redes sociales. Conclusión ineludible: la política no invierte ya tiempo en la conquista inteligente y sanamente argumentativa del elector; sale a castigarlo. De manera sistemática, el votante es ahora calificado de ‘enemigo de la democracia’. Formular preguntas, exigir rendición de cuentas y plantear escrutinio sobre quienes detentan el Poder y regentean presupuestos es hoy una imperdonable herejía, que habrá de pagarse con el señalamiento, el ‘escrache’ y la imputación. El outsider (sin importar que vote) es el Otro; y es preciso destruírlo. Negarle cualquier atisbo de humanidad.
Sin embargo, en todo escenario, hace su aparición la Tercera Ley de Newton -entiéndase: la reacción o Contragolpe, cuyos alcances y réplica hemos intentado plasmar en el trabajo previo, intitulado ‘Destruímos candidatos; pulverizamos candidaturas’.
En efecto, el correlato newtoniano del desbarajuste comunicacional es la aparición en escena de un ecosistema de usuarios que, concienzudamente, arrojan luz -entre otros aspectos- sobre el despilfarro de dinero público, la designación de personajes no aptos para la función pública, sus negocios ilícitos, las contradicciones que emergen de algún archivo condenatorio, y demás. Así las cosas, el discurso unidireccional del Establishment (por cuanto no admite debate ni cuestionamientos) se topa con la proverbial horma de su zapato. Y ha de subrayarse su naturaleza extendida: otrora concentrada estrictamente en el dirigente o funcionario, hoy la Réplica se ocupa también de esmerilar a su circuito; acaso a sus parientes, amantes, esposas, hijos, socios aparentes -abarcando también a sus agentes de prensa y a los periodistas que se supone rentados e instrumentales a su agenda. En este punto, se asiste al desmoronamiento de la publinota como herramienta de mercadoctenia política efectiva; en un concierto en el que el target o público objetivo abandona en masa los medios mainstream (MSM), el artículo patrocinado no solo ha dejado de ser funcional: se vuelve en contra de sus ejecutores y beneficiarios.
Acto seguido, lo hasta aquí apuntado remite a un arista no explorada que da forma a la guerra de quinta generación (5GW). Dirigencia y Establishment deben lidiar hoy con el desafío planteado por pacientes e impiadosas hordas de guerreros meméticos. Jeff Giesea (Centro de Excelencia en Comunicaciones Estratégicas OTAN) comparte aspectos de interés sobre el concepto Memetic Warfare, definida como una ‘competencia en torno a narrativas, ideas y control social en el teatro de operaciones de las redes sociales’:
-’Si la propaganda y la diplomacia pública son formatos convencionales en la guerra memética, entonces el “trolling” y las operaciones psicológicas son sus correlatos guerrilleros’
-’La guerra memética puede ser útil en un plano superior de la narrativa, en un proscenio de combate, o en un circunstancia específica. Puede ser ofensiva, defensiva o predictiva’
-’La guerra cibernética exige tomar control de la información. La guerra memética impone controlar el diálogo, la narrativa y el concierto psicológico’
-’De lo que se trata es de denigrar, de provocar disrupción y de subvertir el empeño del enemigo en hacer lo propio. Como su variante cibernética, la guerra memética observa un impacto asimétrico. Altamente efectiva en materia de costos versus beneficios’.
Para algunos, quizás el guerrero memético se predisponga a encarnar una reproducción tecnológico-contemporánea del teatro de Poquelin/Molière, esto es, aferrarse al arte para infligir un perjuicio irreversible -e irreparable- al Sistema. Con foco en la indirecta, la sinécdoque, el metamensaje o subtexto. ‘Destruir al Objetivo, sin tocarlo’.